Cuando estás en búsqueda de novia o de una simple aventura, cada noche de fin de semana es oportunidad ideal para hacer un casting tan riguroso como el de Idols. Es un casting secreto, velado, no oficial. Todas las mujeres que se crucen contigo serán, sin saberlo, sometidas a un examen de aptitud, a una rigurosa prueba de talentos. Para eso no tienes que hacer mucho. Apenas ingresas a un bar, una discoteca o si te sientas en una terraza a beber una cerveza, tu organismo activa automáticamente sus radares, agudizas tu vista y enciende sus alarmas. Cada poro de tu cuerpo se convierte en un sensor susceptible de recoger información útil y valiosa para tu evaluación. Las chicas entran, salen, se detienen, se sientan, chillan, ríen, bailan, se acercan, se alejan, y tú -convertido en un terrible scanner humano- las examinas, las oyes, las hueles y buscas cualquier pretexto para provocar un breve contacto físico: un falso tropiezo, por ejemplo. No importa la duración del roce, cualquier percepción, por mínima que esta sea, servirá para discriminar y separar la paja del trigo.
Sin embargo, por más perceptivo que seas, observando no se consigue mucho. El momento estelar de estas ceremonias de apareamiento llega con la conversación, con el instante preciso en que eres capaz de iniciar (y sostener) un diálogo. Y si no eres un tipo lindo como Di Caprio, ni muy cool ni sofisticado como Jude Law, ni bailas como esa batidora portorriqueña que es Chayanne –aunque modestamente yo no bailo tan mal- la única vía de seducción que queda (que me queda, quiero decir) es la conversación. Y es ahí donde se ve a los auténticos capos, a los más bacanes. Es ahí donde aparecen los grandes, las fieras, los maestros de maestros. Porque puedes ser feo y moverte sin gracia, pero si alcanzas a tirar un par de frases inteligentes y divertidas cada tanto, ganarás una impensada cantidad de puntos Bonus entre cualquier auditorio femenino. Hasta la más linda de todas se detendrá para escucharte y tú -como un Mario Bross resucitado- sentirás que has pasado el primer nivel del Mundo Uno. Go, Mario, go.
Como todos, yo también he sido un primerizo y me queda aun mucho por aprender y para abordar a una chica he recurrido a las salidas más torpes y elementales, desplegando una serie de cuñas ridículas como: “A ti te he visto en algún lado pero no me acuerdo dónde”, o “Eres igualita a alguien que conozco, ¿de casualidad, no te llamas Marieke?”, o “Perdón, pero ¿no nos han presentado antes?”. Y hasta he soltado la infame y desesperada “¿Qué hora tienes?” (Que por cierto es además tonta, ya que pensándolo bien todos aquí tenemos la misma hora)
Hoy, a los 36 años, honestamente me da flojera abordar a alguien. Con el paso del tiempo, uno se aburre de las burocracias sociales, de esos convencionales trámites de iniciación. Y aunque sigo creyendo que la temporada de conquista es insuperable en términos de encanto y adrenalina, hace ya un largo tiempo atrás que dejé de comprar peluches, tarjetas, flores y globos de helio. A esta, mi edad, uno quiere asuntos más sumarios y expeditivos. Antes, para el primer beso uno estaba dispuesto a esperar semanas y por ir a la cama con ella tal vez aguantaría algunos meses; ahora los códigos son otros: si no la besas a la segunda salida, te sentirás un tonto y si no la llevas a la cama a la tercera salida corres el escalofriante riesgo de convertirte en el mejor amigo de toda la vida.
A pesar de tener aparentemente claro el panorama, aun me resulta un poco difícil el abordar a una linda hembra. No hace un tiempo atrás, vi en un bar a una bella mujer, rubia y exuberante. Yo ni corto ni perezoso me lancé a la carga y de manera muy sutil y con esa sonrisita típica mía de niño tierno empecé a acribillarla con mi batería de palabritas dulces. Al momento, me di cuenta de que todo estaba bajo control (esa es la clave, control..) y ella disfrutaba de mi compañía. Todo iba bien hasta que ella me dijo la razón de por que estaba ella sola en el bar; me contó que esperaba a una persona. Yo muy suelto de huesos pensé que eso un iba ser un problema y además como buen deportista, disfrutaba de la competencia siempre que sea justa.
De repente ella miro a la puerta (que daba a mi espalda) y dirigió una sonrisa enamorada, cuando a mi lado paso una mujer con porte de I wanna be man , la cogió de la nuca y empezó besarla como tratando de sacarle las amígdalas. Fue abominable aquel espectáculo, tanto que no se lo deseo a nadie.
Lo único que hice en ese momento fue quedarme estupefacto y con la virilidad algo mancillada tuve que apelar a mi pasito MOONWALKING de Michael Jackson y desaparecer dentro la multitud del bar.
..............sin comentarios...................!
© 2007, J.L. Ramos
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